La noche estrellada llegó una vez más a mis ojos, ojos repletos de sensaciones misteriosas. Una noche desigual, una noche no como la que habitualmente percibo cada vez cuando el sol se despide de un día más o un día menos. Sus estrellas son mis ilusiones, sueños e incluso mis deseos. Y no es oscura ni es clara, simplemente no posee color. Ella desconoce la traición, desconoce lo que es el dolor y tampoco necesita saber qué es el odio. Nunca se ha dejado, nunca se deja y tampoco se dejará influir por la derrota después de algo que ha podido perturbarme. Es la que sabe cómo hacer que yo siga adelante, que yo pueda afrontar los regalos esperados e inesperados guardados por el destino para mi. Tampoco se va, siempre se queda en mi memoria, siempre es mi amiga en cualquier momento de mi pequeña realidad, aunque yo trate de desconectar a veces o cuando procuro no abusar de ella, dejándola a lado.
En momentos, cuando prefiero pensar por mi mismo sin desear su ayuda, las cosas cambian. El mundo es otro, la realidad recibe otro aspecto, rostro que nunca he podido evitar u olvidar. Pero esto no me impide ser persona, ser feliz y disfrutar de los seres que me rodean, porque está ella, está mi noche estrellada.
En momentos, cuando prefiero pensar por mi mismo sin desear su ayuda, las cosas cambian. El mundo es otro, la realidad recibe otro aspecto, rostro que nunca he podido evitar u olvidar. Pero esto no me impide ser persona, ser feliz y disfrutar de los seres que me rodean, porque está ella, está mi noche estrellada.